6 de marzo de 2008

No por mucho berrear amanecen más gaviotas



No por mucho berrear amanecen más gaviotas

La niña de Rajoy no podía dormir porque le revoloteaban las gaviotas. Desde la infancia, pequeños mochuelos la seguían hasta la guardería en la que estudiaba. Más adelante, en su cole bilingüe, empezaron a tomar confianza y se posaban en su pupitre. Esa niña a duras penas acabó el bachillerato y su padre la mandó a la universidad privada, donde los profesores aceptaron ignorar las gaviotillas a cambio de una pequeña aportación para la Fundación de la Universidad. Allí las cosas empezaron a ir mal para la niña cuando las gaviotas picaron a la niña hasta dejarle una gran calva. Fue entonces cuando el tratamiento psicológico necesitó apoyo de fuertes medicinas. Pero los fármacos no le devolvieron la visión cuando las gaviotas le dejaron vacías las cuencas de los ojos. La niña de Rajoy deambuló ciega y ensordecida por una creciente bandada de gaviotas que, finalmente, la empujó a una muerte prematura, triste y sola, rodeada de aquellos animales que un día fueron sus amigos y ahora devoraban sus entrañas. Esa niña que un día pudo volar rodeada de pájaros, murió tan cerca del suelo que sus restos se confundían con hendiduras del asfalto. Esa niña.

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