26 de enero de 2009

Vale, Tintín en gay… ¿y a Urdaci qué le pasa?



Vale, Tintín en gay… ¿y a Urdaci qué le pasa?

Dice Urdaci que tiene en común con Tintín dos cosas: el amor por el periodismo y el gusto por viajar. Lo de viajar no puedo confirmarlo, pero sí lo segundo. Sin duda hay que tener amor al periodismo para decidir ser jefe de prensa de El Pocero. Sólo el “querer comprender” puede llevar a un ser en sus cabales a estar expuesto a semejante personaje de forma continuada. Lavar la imagen a ese tipo es periodismo, sí señor. Su hazaña informativa pasará a los anales de la historia.

Por lo demás, desconozco los motivos que pudieran llevar a este señor a disfrazarse de esta guisa y echar una sonrisa de héroe gay, que, sí sí, de eso iba el texto que acompañaba. Me perdonaréis que no llegara mucho más allá en mi lectura, los domingos no me levanto de Humor, ese género periodístico que practica El Mundo sin parangón.

Creo que la conclusión era que no hay que sexualizar a los personajes infantiles, lo que no quita el derecho a ridiculizar en público y con consentimiento previo a gente como Urdaci, que ha pasado de director maquiavélico de informativos de la tele a despojo informativo de la peor televisión.

Y con joyas como ésta, ¿quién se resiste a seguir a Pedro Jota los domingos? ¿Y cuál será la próxima entrega? ¿Tomás Gómez posando en látex? ¿Gallardón haciendo el helicóptero? ¿Rajoy disfrazado de Mujercito?

No lo olvidéis: el mejor humor español del bueno, cada domingo en El Mundo.

7 de enero de 2009

Palestina y el estropajo

Según un científico estudio (nótese por favor el epíteto) del que se hacía eco el programa Redes, niños de 18 meses puestos frente a coches y cocinitas eligen uno y otra según la naturaleza innata que les indica su género. Decía Redes que decía este estudio que, puesto que a tan corta edad estos niños que prefieren los cochecitos y niñas que eligen jugar a las cocinitas no podían haber tenido aprendizaje suficiente para que hubiera en su elección una marca social, se deduce científica y objetivamente que el órgano sexual hace a uno o una proclive a conducir o a fregar.

Es decir, puestos naturalmente un hombre y una mujer adultos que se hubieran pasado su vida aislados de la sociedad y conservaran por tanto sus instintos innatos ante un Ferrari y ante un cubo y un estropajo, respectivamente, el primero se agarraría con toda naturalidad a la palanca de cambios y la segunda se arrodillaría instintivamente ante los aperos de limpieza.

Resulta entonces que tanta matraca con el reparto de las tareas es antinatura. Es más, va en contra de las propias mujeres, a quienes se fuerza con eso de la cuota a estar en las instituciones y en las empresas, cuando su naturaleza les había reservado la maternidad, el cuidado de los otros, la limpieza y la cocina. Resulta, se puede decir, que la sumisión y la obediencia que a algunos y algunas nos cabrea la organiza la propia naturaleza. Es fácil así exculpar a los humanos. No somos nosotros los que creamos miedos y diferencias, es Ella, la Naturaleza, quien ha diseñado a la especie para que haya quienes sirvan y quienes sean servidos, quienes decidan y quienes acaten las decisiones.

Me pregunto si estos científicos podrían hacer un estudio con niños de Israel y Palestina. Me pregunto si esperan que los primeros, por naturaleza, muerdan con sus boquitas sin dientes a los segundos, les pisoteen y les quiten la comida. Los palestinos, dirá este estudio, elegirían arrodillarse de forma innata, elegirían ceder su espacio y sus alimentos a los otros.

Resulta, concluirían los científicos, que tanto clamor por la justicia iría también contra la propia naturaleza. Ya adultos, esos hipotéticos humanos y científicamente aislados de las perversidades de la sociedad elegirían pisar o ser pisoteados (ellos, los hombres naturales), a la vez que servidos, limpiados, cocinados y cuidados por las naturales mujeres de unos y otros (nótese la indicación de pertenencia). Es la sociedad perversa la que incita a la Resistencia. La injusticia es científicamente innata al ser humano. Pues vaya científica noticia.